Salvo honrosas excepciones, se perdieron las tabernas, y ahora se están perdiendo los bares, es decir, las barras de toda la vida, las del barrio, las cercanas.
Cada vez son más los bares en los que te dicen que no hay servicio de barra, que solo te atienden en mesas. Y, poco a poco, también se pierde la tapa, sustituida por una oferta que se reduce a platos, a veces, medias raciones, con el agravante de la uniformidad, todos son croquetas de la abuela, similares a las del restaurante de enfrente, tatakis, flores de alcachofa o gazpachos de remolacha.
La tendencia va en aumento, no solo en locales de hostelería con pretensiones -gastrobar, multibar...-, también locales tradicionales, de los que ponen en la puerta que tienen treinta o cuarenta años, han anulado la barra y te ofrecen boniato en salsa, ensalada de queso rulo con piñones con reducción de vinagre de Módena o magret de pato "casero".
Es una consecuencia, equivocada en mi opinión, de creer que los forasteros, los turistas, son la gallina de los huevos de oro, es una consecuencia de ver a quienes nos visitan como mejor fuente de ingresos que los clientes locales.
Es cierto que los forasteros van a los bares y restaurantes a comer, que la consumición y el gasto que realizan puede ser más abultado que el vecino del barrio, y eso lleva al hostelero a pensar que lo que le conviene es el turista, sentado en mesa y consumiendo raciones. Pero no piensan que el turismo es una tendencia, que Cádiz está ahora de moda, pero que algún día puede dejar de estarlo.
Y lo que es peor, no se percatan de que los turistas buscan lo diferente, lo peculiar de cada zona, y el día que todos los restaurantes y bares de Cádiz ofrezcan lo mismo, el mismo tipo de servicio y una cocina que no responda a la culinaria local, esos clientes, esos forasteros, dejarán de venir. Entonces se acordarán de los clientes de toda la vida, de los del barrio a los que expulsaron y quizás, entonces, sea tarde.
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