Cuando el CIS publica sus informes sobre lo que piensan los españoles,
hay resultados que ya no sorprenden por reiterados: el paro y la
economía son las grandes preocupaciones. Y de un tiempo a esta parte los
políticos, los gobernantes en todos los niveles de la administración y
los partidos aparecen como un problema añadido, cuando deberían ser todo
lo contrario. Buena muestra de ello es la debacle de prestigio y
confianza en el PP. El partido y el gobierno de Rajoy han pasado, en
poco menos de año y medio, de ser una esperanza para una mayoría de
votantes, a convertirse en un problema para la gran mayoría de los
ciudadanos, que perciben que la solución adoptada para la crisis que nos
machaca ha sido castigar a los trabajadores, a los que les recortan
salarios y derechos, en vez de sancionar a quienes han provocado la
crisis, que además salen reforzados mediante rescates millonarios a la
banca. Por eso impera un sentimiento de impotencia entre los españoles,
que sospechan que la corrupción campa a sus anchas por el sistema de
partidos, mientras se regula una amnistía fiscal para quienes, durante
años, han estafado al erario público.
En este panorama, lo peor de todo es la sensación de no poder
encontrar un referente político en el que confiar, pues se mire hacia
donde se mire, se atisba un cargo público que entiende la política como
una forma de amasar una fortuna. Solo hay que leer las noticias de un
día: Blanco admite que parte de su nueva casa la pagó, para seguridad,
el PSOE, presuntamente con parte de las subvenciones públicas; la
familia Pujol está en el punto de mira de los investigadores; la trama
Gurtel es una sombra, cada vez más grande, sobre actividades públicas y
privadas del PP o de algunos de sus dirigentes; Bárcenas se ha
convertido en una pesadilla para la cúpula de su partido y para el
gobierno de Rajoy; se investigan los EREs andaluces, el caso Palau
catalán, alcaldes del PP, del PSOE, de CiU, de UPN, de CC, de PNV, de
IU, de casi todos los signos políticos, incluidos independientes,
aparecen como imputados un día si y el otro también. Ni tan siquiera se
salva la institución que, para algunos, fue baluarte de la Transición,
la Monarquía, cada vez más empantanada por torpezas inapropiadas y
sospechas de enriquecimiento irregular de algunos miembros de la
familia. La indignación ciudadana crece y la protesta social aumenta, y
los políticos se han convertido en permanente motivo de jaqueca para los
españoles.
Publicado en Diario de Cádiz, 9 de marzo de 2013
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