Hace casi un siglo que el sociólogo Robert E. Park -a quien descubrí leyendo a Fernando Chueca Goitia- escribió: “La ciudad es algo más que un conjunto de individuos y de conveniencias sociales, más que una serie de calles, edificios, luces, tranvías, teléfonos, etc.; algo más también que una mera constelación de instituciones y cuerpos administrativos, audiencias, hospitales, escuelas, policías y funcionarios civiles de toda suerte. Es más bien un estado de ánimo, un conjunto de costumbres y tradiciones, con los sentimientos y actitudes inherentes a las costumbres y que se transmiten por esta tradición. La ciudad, en otras palabras, no es un mecanismo físico ni una construcción artificial solamente. Está implicada en el proceso vital del pueblo que la compone, es un producto de la naturaleza y particularmente de la naturaleza humana”. (Robert E. Park, The City, Chicago, University of Chicago Press, 1925).
Muchas veces he recordado
la cita, en concreto, la frase “es más bien un estado de ánimo”, pensando en
Cádiz y en el patrimonio gaditano, y la he vuelto a recordar cuando un grupo de
ciudadanos se ha unido para elaborar el PLAN C, un proyecto para la ciudad de Cádiz.
Y es que, pese a que se
repita que la configuración actual de Cádiz es, básicamente, la de una ciudad
construida y terminada entre los siglos XVII y XIX –el frente amurallado, por
una parte, y el caserío, por otra, son los argumentos recurrentes-, es
indudable que Cádiz es mucho más, no solo porque su patrimonio histórico,
artístico y urbanístico es bastante más rico y variado, como se constata a
través de múltiples vestigios materiales, si no porque también se deben
considerar otros aspectos, inmateriales e intangibles, que contribuyen a forjar
lo que podemos llamar el alma de Cádiz, su estado de ánimo.
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