Hace unos días, el 17 de febrero pasado, se leyó en la Universidad de Cádiz la tesis doctoral de Francisco Javier Ramírez sobre el Hospital de la Segunda Aguada, un centro sanitario casi olvidado en Cádiz que fue creado en 1793, acogió a cientos de gaditanos enfermos de
fiebre amarilla en las epidemias de 1800 y 1804, tuvo un papel relevante en
1805, tras la batalla de Trafalgar y, a partir de 1808, durante la Guerra de la Independencia, tuvo un papel muy
destacado atendiendo por igual a prisioneros franceses enfermos y a españoles.
Pocas fechas antes, durante la pasada Navidad, la empresa que construía un edificio para asuntos sociales del Ayuntamiento de
Cádiz, destruyó unos restos arqueológicos que habáin aparecido del Hospital, pese a que representantes de la Asociación de Vecinos y un grupo
de historiadores y ciudadanos pidieron, mediante un manifiesto públicado en Diario de Cádiz, que se respetara, al menos, una muestra de los restos de un edificio que sirvió de apostadero perpetuo para cientos de hombres que murieron por causa
de la guerra contra el francés. La denuncia no sirvió de nada, pues ni el Ayuntamiento de Cádiz, ni la Delegación Provincial de Cultura de la Junta de Andalucía, mostraron el menor interés por conservar un testimonio material del Real Hospital de la Segunda
Aguada, pese a que respetar esos restos, o los que
a partir de este momento pudieran aparecer, junto con la conservada batería de
Segunda Aguada -a escasos metros-, conformarían un interesante lugar de la
memoria histórica de los gaditanos.
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