Los
camaleones son unos reptiles escamosos, de pequeño tamaño, famosos por su habilidad de
cambiar de color según las circunstancias y el lugar en el que reposan. Tienen fama por su rápida y alargada lengua, que no es sinónimo de verdadera, y por sus ojos que se mueven con independencia,
siendo capaces de mirar, al mismo tiempo, a la izquierda y a la derecha. Por eso, coloquialmente,
cuando decimos que un individuo es un camaleón usamos el término para definir a una persona
voluble, cambiante, adaptable a cualquier cambio o circunstancia, que adapta su
comportamiento y características personales según los tiempos sociales y
políticos que transcurren.
En la vida
política actual hay algunos camaleones. Hay quienes han cambiado de color, sin
pudor alguno, en función de su pérdida de privilegios y comisiones, arrimándose
a quién ejerce el poder en cada tiempo y momento, siguiendo sus intereses, es
decir, los de su bolsillo. Por eso son capaces de pelotear durante años a los de un color y, en cuestión de semanas, de cambiar su
discurso, el color, y convertirse en aduladores de los nuevos detentadores del poder.
Es el estilo de los que
se arriman al poder lo ejerza quien lo ejerza, de los que no dudan, no en
renegar de su pasado, si no que son capaces de negarlo como si nunca hubiera
existido. Son aquellos que por mantenerse a la sombra de quien
manda les da igual escribir la hagiografía, o las miserias de unos y otros, de
cambiar elogios o deméritos de quien haga falta, siempre amarrados al pesebre. Camaleones,
al fin y al cabo.
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