La capital de Suiza, Berna, y la población mexicana de Tlacotalpan sólo
tienen, en principio, en común que ambas son ciudades definidas por un
río. El Aar en el caso de la población helvética, el Papaloapan en la
mexicana. Pero tienen además en común que ambas han sido declaradas por
la UNESCO "patrimonio de la humanidad": en 1983 lo consiguió Berna,
quince años después Tlacotalpan.
Berna es una hermosa ciudad de unos 140.000 habitantes, con un
impresionante casco histórico construido en un meandro del río Aar. Una
ciudad medieval muy bien conservada, que se une a la ciudad moderna a
través de las Bubenbergplazt y Bahnhofplazt, unidas a su vez por una
moderna y atractiva cubierta de acero y cristal que cobija un gran
centro de comunicaciones (ferrocarril, metro, autobuses, tranvías…)
Posiblemente la mejor forma de llegar a Berna es en ferrocarril, pues,
al salir de la estación, se accede casi directamente a la ciudad
histórica.
Para llegar a Tlacotalpan, que apenas supera los 8.000
habitantes, hay que recorrer una estrecha carretera trazada entre ríos
-el Papaloapan y dos afluentes-, para desembocar en una pequeña ciudad
caracterizada por un trazado urbano rectilíneo, con edificios de una
sola planta -en algunos casos dos- pintados de vivos colores.
Ciudad
administrativa, universitaria y turística la primera, pesquera,
artesanal y musical la segunda, ambas son un auténtico placer estético
para el visitante, que puede pasear por sus calles admirando edificios
muy bien conservados, cuidados con orgullo y casi con mimo por sus
habitantes, como ha ocurrido con Tlacotalpan que en el año 2010 sufrió
dos inundaciones, una de ellas con aguas que superaron el metro y medio
de altura, y que, pocos meses después, volvía a lucir en todo su
esplendor gracias al trabajo personal de sus vecinos y a la ayuda
económica de la administración.
Y es que, además de la belleza de sus conjuntos históricos, de
la limpieza de sus calles -qué difícil encontrar papeles en el suelo-, y
de las facilidades al paseante frente al tráfico rodado, ambas
poblaciones destacan por el carácter de sus habitantes, orgullosos de
sus ciudades, concienciados de la importancia de cuidarlas, de mantener
su aspecto y sus tradiciones. Paseando por las calles de Tlacotalpan y
de Berna, admirando el cromatismo de las fachadas mexicanas, o las
fuentes y soportales de la capital suiza, terminas pensando qué difícil
es que Cádiz sea reconocida como patrimonio de la humanidad; pese a su
fantástico casco histórico dieciochesco y decimonónico, pese su cuidado
trazado urbano. Mientras que sus habitantes no dejen de ensuciar sus
calles y fachadas, mientras que no se respeten las zonas peatonales,
mientras que los gaditanos no tomen conciencia de que hay que cuidar la
ciudad, difícilmente se logrará el reconocimiento de la UNESCO.
Publicado en Diario de Cádiz, 30 de julio de 2011
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