Recuerdo perfectamente lo agradable que era pasear, al amanecer o al atardecer, por los muelles de Cádiz. Lo que no recuerdo es a quién se le ocurrió impedirnos el paseo, desde hace ya un montón de años, por el cantil del muelle, cerrazón que han mantenido los que han ostentado la autoridad portuaria de Cádiz.
Por eso, digo, me da envidia ver, un sábado por la mañana, un puerto como el de Marsella, lleno de vida y de gente.
Con puestos de venta de pescado fresco, marisco o curiosidades, gente paseando, escuchando música callejera, admirando yates u observando faenas de calafateo...
Hay quienes optan por subir en barcos de paseo para recorrer el puerto y observar los castillos que lo defienden desde hace siglos.
Y, en medio del muelle, muy cerca del cantil, una placa recuerda que aquí, exactamente aquí, se fundó Marsella unos 600 años antes de JC.
Va siendo hora de que el puerto de Cádiz retorne a la ciudad y, como en Marsella, que en ese mismo muelle se recuerde la antigüedad de la ciudad, trasladando el obelisco del trimilenario, desde su lugar actual, ese descampado junto a la estación de ferrocarril, a un lugar más digno y visible, como debería ser el cantil de un muelle vivo.
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