Que, en la opinión de quien escribe -por supuesto subjetiva y discutible- no se lograra la excelencia, se debió a la bondad de quienes cedieron a que se sirvieran vinos que, con la pretensión de la defensa de lo natural y espontáneo, no alcanzan más allá del nivel de unos mostos más o menos refinados.
Y vamos con la degustación.
Tras un mosto sanluqueño, que ha pasado en barril un año en la Taberna La Manzanilla, y sirvió de introducción al resto de los vinos, probamos una versión, logradísima, de papas con chocos, donde los chocos se habían cambiado por puntillitas y las papas por ñoquis de patatas, muy bueno (no hay foto).
Seguimos con un arroz con galeras, plato en el que, pese a que se ve la galera en la foto, después se diluye, aunque la intensidad de su sabor se nota.
A continuación, el plato que más me sorprendió: un esparragao con habas crudas y medio tronco de alcachofa. El magnífico majao que se suele hacer para los espárragos trigueros, convertía el plato en todo un acierto.
Después, otro plato que merece la pena: albóndigas de conejo y liebre con lentejas, buenísimo.
El quinto platillo era un menudo con todos sus avíos -Eduardo avisó de que la morcilla tenía más canela de la que él pensaba, pero no entorpecía el sabor- al que le había añadido pulpo, tembién con muy buen resultado.
Y de postre, un chocolate con membrillo y nata, que, como no soy nada dulcero, no me atrevo a calificar, pero no era empalagoso, me gustó.
Una buena noche, una buena cena, con el único hándicap, como decía al principio, de que algunos vinos no tenían el nivel esperado.
La próxima cita es el 8 de diciembre, en la taberna La Manzanilla, si pueden, no se la pierdan.
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