martes, 29 de enero de 2013

Julio Aróstegui

Anoche murió el maestro y buen amigo Julio Aróstegui, uno de los mejores exponentes de la historiografía contemporánea española. Granadino de nacimiento, fue profesor de Enseñanzas Medias en Vitoria y Salamanca y ejerció en las universidades de Salamanca, el País vasco, Carlos III y Complutense, donde se jubiló recientemente. Premio Nacional de Historia en 1981, ha dejado una amplia y ejemplar obra, en la que destacan sus trabajos sobre la Segunda República y el franquismo -acaba de salir su biografía sobre Largo Caballero, en la que llevaba trabajando más de una década-, así como sus aportaciones a la teoría de la historia. Su libro La investigación histórica: teoría y método, se convirtió, desde 1995, en un manual imprescindible para la enseñanza de Historia, junto con reflexiones tan lúcidas como las que dio a la luz en trabajos sobre los problemas de la Historia Contemporánea o la "historia vivida".

Lo conocí en 1986, cuando el Ayuntamiento de Cádiz organizó en el mes de julio un ciclo sobre el comienzo de la guerra de 1936, unas jornadas en las que participamos con Javier Tusell, José Luis Millán-Chivite y Javier Donézar. Desde entonces trabamos una amistad de la que siempre me he sentido muy orgulloso. Volvió muchas veces por Cádiz para participar en seminarios, congresos y jornadas, para impartir su magisterio en programas de doctorado, participar en tribunales, o como miembro del consejo científico de la revista Trocadero


Hace apenas tres años, ya como catedrático emérito de la Complutense, discípulos y amigos le organizaron un homenaje en el que tuve la fortuna de participar, y que se plasmó en el libro El valor de la historia. Homenaje al profesor Julio Aróstegui, a cuya introducción antecede como lema una de sus frases favoritas, que le definen perfectamente: “Me gustaría ser recordado como alguien que intentó cambiar”.  

Socarrón, irónico, vitalista, gran conversador, con una inteligencia e intuición envidiable, hemos compartido copas de manzanilla en Cádiz, anchoas y tintos en Madrid, carnes a la brasa y vino de Toro en Zamora. Fue un amigo siempre dispuesto a colaborar y ayudar. Le costaba mucho decir que no a quien acudía a él y, sin duda por ello, ha dejado muchos discípulos y amigos que le echaremos de menos.

1 comentario:

Marieta Cantos Casenave dijo...

Y ha sido todo tan rápido, que no es fácil asumir su ausencia. Un abrazo a la familia y amigos.