porque la pena tizna cuando estalla..."
Nunca he memorizado poemas, sin embargo, como me ha ocurrido con algún otro de diferente autor, este soneto de Miguel Hernández, del libro El rayo que no cesa, se grabó en mi memoria tras leerlo hace décadas. Desde entonces, mi devoción por Miguel Hernández, el poeta que hacía juguetes, no ha decrecido un ápice.
En la Biblioteca Nacional hay una breve, pero intensa, exposición dedicada al poeta de Orihuela titulada "El poeta que hacía juguetes", una muestra que gira en torno a un manuscrito, conservado en la BNE, que consta de varias hojas de papel higiénico, cosidas manual y burdamente con un hilo oscuro, en los que Miguel Hernández escribió cuatro cuentos infantiles, alguno con dibujos del propio autor, dedicados a su hijo Manuel. Son relatos escritos en la cárcel de Alicante, entre julio y noviembre de 1941, por lo que se consideran los últimos escritos del poeta.
Durante su estancia en la cárcel, hasta su muerte en prisión en marzo de 1942, Miguel Hernández solo pensaba en reencontrarse con su mujer, Josefina Manresa, y poder ver a su hijo de dos años y medio, al que dejó cuando apenas había cumplido uno. Todo el material expuesto gira en torno al período que transcurre desde su detención en Moura (Portugal), hasta su muerte, y su obsesión por el reencuentro familiar.
Una exposición que también merece una visita.
Nota: las fotos están condicionadas por la iluminación, muy adecuada, de la muestra.
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