La primera vez que fuimos a Casa Montaña, hace más de doce años, fue casi por casualidad. Habíamos llegado a Valencia y en el libro de la ciudad, ese que dejan en los hoteles explicando a los turistas qué se puede visitar, leimos que había una bodega de 1836 en el barrio del Cabanyal. Nos arreglamos, cogimos un taxi, y le pedimos al conductor que nos llevara a la calle José Benlliure, muy cerca del viejo puerto de Valencia.
Nos encontramos una taberna -bodega- con una portada, de madera y cristal, modernista y, al entrar, un salón cuadrado de mesas altas y una barra de estilo clásico, pero con mármol renovado, y detrás barriles y estantes con botellas, conservando, en gran medida, el estilo decimonónico.
Preguntamos por los vinos que tenían y nos sorprendieron con una amplísima carta, vinos de casi todas las denominaciones españolas y una amplísmia variedad de otros países, aunque opté por vinos de la tierra. Tapeamos muy bien, cenamos y decidimos volver al día siguiente.
Repetimos la jugada y casi cuando terminábamos el segundo día, se acercó Emiliano García, el propietario de Casa Montaña, que nos había oído cuando pedíamos los vinos. Tras una rato de charla, conocimos con él su bodega, donde se guardan más de mil botellas, perfectamente seleccionadas y cuidadas, y terminamos bebiendo, a propuesta e invitación de Emiliano, un tokay de cinco puttonyos.
Cada vez que he vuelto a Valencia, y han sido muchas, siempre voy a Bodega Casa Montaña, un lugar agradable, con unos vinos excelentes, una cocina de gran calidad, donde todo está bueno, pero recomiendo especialmente las anchoas y el solomillo de buey con ajos tiernos, y donde, sin ser barato, la relación precio calidad es excelente.
1 comentario:
Doy fe, como mínimo, de esas anchoas. Y gracias por esa recomendación de Casa Montaña, para cuando estuve con mi director por mayo del año pasado.
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