Por fin llegó. Parecía que siempre sería una promesa, una ensoñación ciudadana, un mito urbano, una leyenda gaditana, una fecha inalcanzable, pero ya está aquí: mañana comienza el año 2012.
Llevamos años esperándolo, pensándolo, elaborando cientos de proyectos, desgranándolo en miles de conversaciones, haciendo planes y discutiendo protagonismos y responsabilidades, preparándonos, en suma, para el año del Bicentenario de la Constitución gaditana de 1812. Hemos soñado con este día creyendo que supondría el gran momento de la ciudad, el punto de arranque de una regeneración social y económica, el instante de mayor esplendor de la historia reciente de Cádiz y, casi sin darnos cuenta, ya está aquí, ha llegado y, para frustración de muchos, hoy, en la víspera, parece que poco o nada cambiará. O lo que es peor, que hemos hecho mal las cosas, que no hemos sabido preparar bien su llegada, que no estamos en condiciones de recibirlo. Pero tampoco esto es del todo cierto. Quizás soñamos demasiado, quizás nos hicimos demasiadas ilusiones y, sobre todo, no pensamos nunca que alguien nos iba a sacar del sueño con el despertador de la crisis.
En el camino se han quedado muchas ilusiones, muchos sueños, muchos proyectos “esenciales”, “fundamentales” para Cádiz. Entre ellos, el puente de las promesas, ese puente que todos nos prometieron terminar y que no sabemos a ciencia cierta cuándo se acabará. Y el tren de Alta Velocidad, del que sólo sabemos que será más lento que el que va de Sevilla a Madrid. Y el plan hotelero, imprescindible para atender a los que nos visitarán, a partir de mañana, reducido finalmente a la mitad del proyecto del Parador. Y el gran espacio de celebración del castillo de San Sebastián, donde, al menos, nos podemos consolar que se ha salvado el entorno de la agresión medioambiental y paisajística que se proyectó. Y el tranvía metropolitano, y el hospital, y la ciudad de la justicia, y la rehabilitación de los depósitos de tabacos, y…
Pero, pese a todo, creo que deberíamos retornar a un cierto optimismo, sin dejar de ser realistas. Creo que, siendo conscientes de la realidad con la que comienza el año, debemos mantener un grado de ilusión y confianza en el Bicentenario y en el futuro de la ciudad. La historia de Cádiz demuestra que esta ciudad, y los gaditanos, han sabido superar situaciones adversas y levantar de nuevo el vuelo. Por eso, pese a que la coyuntura nacional e internacional no es buena, pese al desasosiego que nos sobrevuela, hay que retomar el protagonismo como ciudadanos para que todo salga bien. Debemos mantener la confianza y el apoyo en quienes, desde el Ayuntamiento, el Consorcio o la Comisión Nacional, tienen la responsabilidad en la organización, pero sin olvidar que el Bicentenario no es una obligación de unos pocos cargos institucionales, es tarea de todos. Todos debemos estar ahí, todos debemos colaborar, sin fisuras y sin reproches que no conducen a nada, por el éxito del Bicentenario.
Publicado en Diario de Cádiz, 31 de diciembre de 2011
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