Recuerdo perfectamente el día que asesinaron a Carrero Blanco. Acababa de llegar de Sevilla, tras terminar las clases del trimestre, y estaba en el bar Niza, en la esquina de Ancha con Sagasta, con mi tío José Ramón, que me había invitado a un "Carta Plata", el amontillado de Agustín Blázquez. Allí nos enteramos de la noticia y de cómo el general Iniesta Cano, entonces Director General de la Guardia Civil, había ordenado actuar enérgicamente, sin restringir el empleo de las armas. Por suerte, Torcuato Fernández Miranda, presidente del Gobierno en funciones, logró que se revocara la orden.
Viene esto a cuento por el artículo de Sánchez Moliní hoy en Diario de Cádiz. No sé si hemos leído el mismo manuscrito al que alude. El que yo recuerdo narraba, ciertamente, aspectos de la vida familiar de Carrero, describía a un hombre poco expresivo, seco, en las demostraciones afectivas, pero no a un oportunista cobarde. En todo caso especulaba con lo que su familiar pudo pensar en el instante de la muerte, ideas que la autora -que, por cierto, no estudió Historia-, sacaba de su propia experiencia con su ascendiente.
El asesinato de Carrero sigue siendo en gran medida un enigma. Poco, muy poco, se sabe de la investigación oficial, lo que si parece seguro es que hubo interés en ocultar hechos desde el mismo día de su muerte, con detalles verdaderamente sorprendentes que acallarían mucha rumorología y especulación. Incluyendo lo que se dice sobre la reacción del entonces príncipe heredero.
Como poco se sabe de la vida privada del almirante que estuvo al lado de Franco más de treinta años, en buena parte por el propio carácter de Carrero, por eso incluso se desconoce sus frecuentes visitas a Cádiz, donde vivían sus hijos mayores, o a Chipiona, donde pasaba algunos días en verano.
En la foto de ABC, Carrero Blanco en Chipiona. De izquierda a derecha, Alfonso de Orleans, Carrero, el alcalde César Florido y los jefes de la Guardia Civil y Policía Municipal de Chipiona.
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