sábado, 9 de febrero de 2013
ALA
Cuando te dicen que va a nacer el primero, sonríes, pones cara de póker y, en cuanto hay un momento, sin que nadie se dé cuenta, vas y te miras en un espejo. Hace años lo aprendí -lo de mirarte en un espejo-, desde que leí una entrevista con Peter O´ Toole que lo recomendaba con viveza. Sirve para darte cuenta de cuál es la realidad en la que estás inmerso, para reconocerte y para conocerte. Y yo lo hice, durante varios minutos, cuando me anunciaron, por primera vez, que iba a ser abuelo. Ese día también recordé una vieja lección de historia, la que habla sobre la esperanza de vida y sobre la relatividad de la edad en función de la época vivida. Y, en función de esa relatividad, la conclusión decía que yo era joven para ser abuelo.
El asunto es que la teoría de la relatividad -no la de Einstein, la de la edad en la historia-, se fue confirmando a medida que el primer nieto iba creciendo y pidiendo al abuelo que jugara con él, juegos, exigencia de juegos, a los que contribuían sus tíos, dos adolescentes que enredaban tanto, o más. Después llegó otro nieto, en este caso una niña, e inmediatamente otra, la segunda nieta, en total tres. A partir de ahí, si no lo has asumido antes, no te queda más remedio. Al fin y al cabo, son tres consecuencias de tu propia vida. Pero cuando ellos, ajenos al mundo y al tiempo al que han venido, juegan, corren, sonríen, lloran, exigen, protestan, besan, abrazan, sueñan, se quejan, te regalan lo que tienen, se dejan querer, en suma, te recuerdan que están ahí, en su mundo y en el tuyo, en tu vida, lo asumes con optimismo, con felicidad.
No creo, como he escuchado decir, que a un nieto se le quiera más que a un hijo. Como no creo que a un hijo se le quiera más que a la propia pareja. Son cariños distintos, diferentes, no comparables. Los nietos son seres especiales, a los que se les envuelve en una atmósfera diferente, difícilmente calificable. A veces te hacen recordar tu momento presente, tus debilidades y tus fortalezas, tus defectos y tus virtudes. Otras veces te devuelven momentos de la propia juventud, te trasladan al pasado, tanto a momentos dichosos, como difíciles. Pero siempre tienen la virtud de recrearse en sí mismos, y de recrearte, sin olvidar tus circunstancias, por que, finalmente, te envuelven siempre en una atmósfera idílica. Abel nació un 1 de diciembre, Ainhoa un 6 de febrero y Lucía un 7 de abril. Los tres son ALA.
Publicado en Diario de Cádiz, 9 de febrero de 2013.
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1 comentario:
La verdad es que son tres angelitos y tienen una familia estupenda, en especial dos tíos que son sus hados madrinos.
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