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lunes, 29 de febrero de 2016

El drago y Verdaguer, ¿dónde está la inscripción?

Me avisó Salvador, hijo Salvador Luna Román, quien en su libro De Cádiz y del Mar, publicado en 1973, entre otros asuntos, dejó una relación de los dragos existentes en Cádiz.

Cuando Salvador Luna escribió su libro, junto al drago que estaba en la puerta del entonces Gobierno Militar, había una buena pieza de mármol, en forma de base de columna truncada, con unos versos de La Atlántida, de Jacinto Verdaguer, dedicados a Cádiz: "tu sola hermosa Gades, tu sola te´n dolgueres".

El mármol no está. Al drago del actual Centro Cultural Reina Sofía le falta la placa marmórea que está fechada en 1924.


Las fotos proceden del libro de Salvador Luna

La pregunta, naturalmente, es ¿dónde está el mármol con la inscripción? 

Pero mirando fotos del Centro Reina Sofía se observa que, tras su inauguración, al drago lo acompañaba un jardincito, incluso lo que parecen dos retoños de drago, aunque no se observa si estaba el mármol de 1924.


Pero en la actualidad, no hay jardincito, hay una especie de grava gruesa marrón y unos macetones, pero no está el mármol. 


¿Desde cuándo falta? ¿Se quitó con las obras de reforma? o, ¿posteriormente? ¿Está en alguna dependencia municipal?

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Hoy, como ayer. Ramón y Cajal en Cádiz

Me envía mi amigo Salvador Luna la narración de Ramón y Cajal de su breve estancia en Cádiz y, leyéndola, no se puede evitar pensar que, en el trato al forastero, hay cosas que no han cambiado.

Licenciado en Medicina, Santiago Ramón y Cajal se incorporó a la Sanidad Militar. En 1874 fue destinado a Cuba y, para dirigirse a su destino, pasó por Cádiz. Esta fue su impresión:

"Provisto, pues, de mis cartas y recibida la paga de embarque, me trasladé a Cádiz, donde debía zarpar el vapor España con rumbo a Puerto Rico y Cuba.
(...)

La impresión que me produjo la tacita de plata, con sus casas blancas, sus calles aseadas, rectas, cruzadas en ángulo recto y oreadas por la brisa del mar, fue excelente. No fue tan grata la causada por los gaditanos. Acaso por mi aire de doctrino, que convidaba a la burla, o por el hábito consuetudinario de explotar sin conciencia al forastero, ello es que, en los dos o tres días pasados en la ciudad andaluza, sólo tuve desazones.
Ya, al salir de la estación, topé con una caterva de faquines y granujas que, sin hacer caso de mis protestas, repartióse instantáneamente mis efectos; y al llegar al hotel (recuerdo que era el Hotel del Telégrafo), se armó formidable trapatiesta sobre si éste llevó un paraguas, esotro una maleta, aquél un bastón y el de más allá creyó oír la orden de cargar con el baúl, adelantándosele un compañero... Poco menos que a empellones tuve que sosegar a aquella chusma, amén de repartir buen puñado de pesetas; y eso ante las barbas de los representantes de la autoridad, que lo tomaban todo a chacota.
Llegado el siguiente día, visité algunos comercios. Sorprendióme el escandaloso precio de las prendas de uso común: por un sombrero que en Madrid costaba veinticuatro reales, pedíanme en todas las tiendas cincuenta. Un compañero más avisado que yo me aclaró el enigma, informándome que los marchantes gaditanos estaban confabulados para saquear metódica y despiadadamente al forastero, singularmente al indiano, encareciendo hasta el doble el costo de las ropas, sombreros y artículos de viaje. En las calles, resultaba oneroso preguntar a un mirón o a un mozo de cuerda, porque a seguida alargaba la mano para cobrarse el servicio. Tan en las entrañas de aquella gente estaba la explotación inconsiderada del extraño, que hasta los mozos del hotel cobraban un tanto por ciento por cada viajero conducido a tiendas, cafés o casas de recreo. A las cuales me abstuve de asistir, recordando los regalos con que las gaditanas obsequiaron a Alfieri.

Para terminar con estas enfadosas socaliñas, referiré lo que me ocurrió al embarcarme. Ajusté un bote en el puerto para abordar el vapor, y hacia el comedio de la travesía, se me plantó en seco el patrón. Y dejando los remos, me dijo «que por reinar furioso levante debía yo, según tarifa, abonarle el doble por adelantado». A todo esto faltaba media hora escasa para la salida del trasatlántico. Exasperado por el cinismo del patrón y harto de sonsacas y burlas, fuime derecho al truchimán, y agarrándole por el cuello le grité con voz colérica: «¡O rema usted con toda su alma, o le rompo ahora mismo el bautismo!»... Por fortuna, al sentir las rudas caricias de mis puños, amansose el pillastre, tornando con ardor a la faena y murmurando «que todo había sido pura broma». El terrible levante se había desvanecido en un santiamén.

Supongo que, desde tan remota fecha, las cosas habrán cambiado mucho, y que las autoridades locales, celosas del buen nombre de la ciudad y atentas a la salvaguarda de sagrados intereses económicos, se habrán dado maña para desterrar tamaños excesos. Porque estas cosas, que parecen pequeñas, tienen suma transcendencia para la prosperidad de un emporio comercial. En cuanto a mí, quedé tan escarmentado, que jamás, ni aun habiendo pasado después varias veces en mis jiras andaluzas cerca de la patria de Columela, he sentido tentación de visitarla.

Hay abusos que no se olvidan jamás. Y no me extrañó cuando supe, años después, que casi toda la actividad comercial y marítima de Cádiz había sido absorbida por Barcelona, siendo poquísimos los barcos nacionales y extranjeros que hacían escala en aquella ciudad".
El muelle gaditano hacia 1870

domingo, 31 de marzo de 2013

La sangre del Drago

Si hace unos años una tormenta quebró el drago de la Facultad de Medicina, del que se decía que lo había sembrado, en el Real Colegio de Cirugía, Virgili a mediados del siglo XVIII, y no hace mucho murió el que estaba frente a las Puertas de Tierra (tenía medio siglo), ahora cae el del callejón del Tinte, al que se le calculaban casi trescientos años de vida.

Los dragos están asociados a la historia de Cádiz desde la antigüedad. En su Historia de Cádiz, Adolfo de Castro recuerda que Filóstrato describió el árbol llamado Drago "que destila sangre" y los dos que estaban junto a la tumba de los Geriones, o de Gerión, pues hay que recordar que las leyendas hablan de Gerión, el rey de tres cabezas o los Geriones tres hermanos que gobernaban tan al unísono que parecían uno. Sea como fuere, conociendo Hércules que Gerión o los Geriones gobernaban las islas gaditanas, los venció haciéndose dueño del lugar. Por eso una antigua leyenda dice que la savia roja del drago es la sangre del Geriones y que las brazos y ramas que salen de su tronco por triplicado es un homenaje de la naturaleza a los antiguos señores de Cádiz vencidos y muertos por Hércules. Por otra parte conocemos, a través de Estrabón, el relato de Posidonios sobre el árbol de Gadir al que cuando se le cortaba la raíz salía una savia roja, en un texto que lo relaciona con el templo de Melkart.


En los últimos años se han perdido tres dragos en Cádiz, aunque antiguos estudiantes canarios de la Facultad de Medicina regalaron uno a la ciudad tras la pérdida de que se decía de Virgili (en la foto superior).


Pero había muchos más. En su libro De Cádiz y del mar, Salvador Luna -que dice que el drago de Medicina era anterior a 1667-, localizó, en el año 1973, catorce, a saber: en el Parque Genovés tres, uno cerca del Parador, otro cerca de la puerta lateral y otro junto al extinto teatro Pemám; en la huerta del Hospital Militar otro, deteriorado, según Salvador Luna, por una tormenta; en el Gobierno Militar uno que en 1973 tenía 44 años; el del callejón del Tinte; otro en el jardía trasero del Hospitalito de Mujeres; en lo que fue Salus Infirmorum, hoy un solar en la glorieta Simón Bolívar, dos; en el patio del convento de San Francisco describe uno muy joven; en la avenida Ramón de Carranza, uno frente a Diputación y dos ante la Fábrica de Tabacos (hoy Palacio de Congresos); y uno en la avenida Ana de Viya, cerca de las calles nombradas, precisamente, Gerión y Drago.

Habría que hacer un inventario para conocer cuántos quedan actualmente, y evitar que alguno más se pierda, como el del Tinte, por abandono.



Las fotos son de anoche, cuando un colectivo colocó la pancarta de denuncia y unas velas en su memoria.


      


   

domingo, 10 de marzo de 2013

Cañones en las esquinas

Forman parte del paisaje de Cádiz. Cañones en las esquinas de muchas calles como cantoneras, para protegerlas de los golpes de los vehículos, del deterioro ocasionado por roces. Había muchos más de los que hoy podemos ver. 

En su delicioso libro De Cádiz y el mar, publicado en 1973, Salvador Luna Durán enumeró 133 cañones, de los que 116 estaban por las esquinas y 17 en diversas dependencias civiles y militares, denunciando que en los últimos años (refiriéndose a los años setenta del siglo XX), habían desaparecido 6. Salvador Luna, prácticamente hasta el día de su fallecimiento, insistía en que formaban parte de la imagen y del patrimonio de la ciudad .


No hace mucho el Grupo de Investigación de la UCA “Geografía Urbana y Patrimonio” localizaba 107 cañones en la vía pública, es decir, que como temía Salvador Luna, han seguido desapareciendo, casi siempre aprovechando una obra de rehabilitación o una nueva construcción.

Aunque muchos de ellos proceden, según la tradición, de los abandonados por los franceses en 1812, tras levantar el asedio a la Isla de León y Cádiz, ya en el siglo XVIII la Junta de Enlosado del Ayuntamiento gaditano recomendaba colocar cañones viejos e inservibles para proteger las esquinas del tráfico de carruajes.

Hoy se pueden ver muchos de esos cañones con pintadas, dañados, erosionados, a veces rotos, sin que se ponga remedio, sin que se tenga en cuenta que forman parte de nuestro patrimonio, de nuestra historia y que tenemos que cuidarlos.