jueves, 8 de marzo de 2012

Constituciones

Anoche se presentó la nueva edición del libro de José Esteban "El himno de Riego". Tras el acto, pasamos un rato estupendo con Pepe Esteban, Jesús Egido (editor de la obra), Rafael Román y varios amigos más. Hablando del Bicentenario, contó Rafael sus iniciativas parlamentarias para su celebración, pues pese a lo que recientemente se ha escrito en prensa, la propuesta de formar una Comisión Nacional fue de Román, apoyado posteriormente por Alfonso Perales y fueron ellos los que hablaron con Fernández de la Vega.
Y contó que yo le había ayudado a redactar sus proposiciones no de ley sobre el Bicentenario, indicando que, la que más le había gustado fue la propuesta de "hermanar" los congresos de Estados Unidos, Francia y España en conmemoración de las tres constituciones que modernizaron el estado contemporáneo. Ya que el lo contó, incluyo aquí el texto que le envié para la proposición parlamentaria:
"En el año 2012 se conmemora el Bicentenario de la Constitución de Cádiz, promulgada el 19 de marzo. Si en el desarrollo contemporáneo de España la Constitución de 1812 supone, pese a períodos de ausencia de libertades, el inicio del constitucionalismo que nos conduce hasta le Constitución de 1978, hay que convenir que la Constitución de Cádiz de 1812 no es un hecho aislado en el panorama internacional, sino la manifestación hispánica de las transformaciones políticas, ideológicas y jurídicas que sacuden un amplio y convulso periodo de cambios en todo el mundo occidental.
La Constitución de 1812 debe considerarse un hito histórico en la misma medida que la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, la Constitución de Filadelfia de 1787, la obra legislativa de la primera Asamblea Constituyente en Francia o la Constitución de 1791, en el marco de las sucesivas etapas de la Revolución Francesa. La ruptura española de 1808, con sus semejanzas y sus diferencias al resto de revoluciones, daría como fruto, por un lado, el liberalismo doceañista con su emblemático texto constitucional, y, por otro, abriría la puerta a las independencias de las Repúblicas Iberoamericanas.
En ese sentido, la Constitución de Filadelfia de 1787, la francesa de 1791 y la de Cádiz de 1812, son elementos claves en el itinerario seguido en la lucha por la consecución de la Libertad, la nueva bandera de los nuevos tiempos. Estas tres constituciones permiten que los individuos dejen de ser súbditos, vasallos, para convertirse en ciudadanos protagonistas de sus destinos. La Constitución de Cádiz, junto con la americana y la francesa, se enmarcan en la que se ha denominado Era de las Revoluciones, que dio lugar a modelos y contramodelos que determinaron, por imitación o por contraste, por influencia externa o por evolución interior, por acción, por omisión o por reacción, vías propias -americana, francesa, hispánica- en la crisis del Antiguo Régimen.
En el último cuarto del siglo XVIII y principios del XIX, el flujo de ideas, discursos, personas, bienes, textos y conceptos entre unos países y otros fue constante. Las relaciones geoestratégicas y la política exterior fueron factores determinantes del curso de los acontecimientos revolucionarios entre uno y otro continente, de manera que no puede olvidarse la colaboración francesa y española en la Independencia de los Estados Unidos de América, como no puede olvidarse la influencia de la revolución americana en la francesa, y de ambas en la española. El estudio de los procesos revolucionarios, y de las constituciones de ellas derivadas en las tres naciones, su entorno cultural, filosófico, político, literario, social o artístico, denotan semejanzas e influencias. Como, posteriormente, el análisis comparado demuestra la influencia de estas tres constituciones en otros movimientos revolucionarios en Europa y América.
Unos procesos de cambio político que implicaron también una transformación de las estructuras económicas y de las ideas sobre el dinero, el comercio, la fiscalidad y la riqueza, con la implantación del liberalismo. Al igual que las revoluciones de este periodo justifican a la vez un auge del internacionalismo revolucionario y un despertar del nacionalismo en cada país. Se cuestiona el orden colonial y el reparto geoestratégico del mundo, se altera la jerarquía de las potencias y se cuestionan las fronteras y las unidades políticas preexistentes, así como se alteran las alianzas internacionales y aparecen nuevos actores y nuevas fuerzas en el tablero de las naciones. Por todo ello, hay que reconocer la importancia de los tres procesos revolucionarios iniciados con la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y la Constitución de Filadelfia de 1787, la obra legislativa de la primera Asamblea Constituyente en Francia y la Constitución de 1791, y la ruptura española de 1808 y la Constitución de 1812, y la ligazón ideológica y social que entre ellas se dio, que permitieron la transformación revolucionaria de cada una de sus sociedades, y del mundo occidental en general".

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