El grabado dice "Copia de un monstruoso niño, que nació en la ciudad de Cádiz, el 25 de noviembre de 1767..." Tras una detallada descripción de todos los defectos del niño, termina indicando que fue bautizado, vivió siete horas y que su cadáver se conservaba "en el Colegio del Real Hospital" de Cádiz, por lo que es de suponer que se guardó en el Real Colegio de Cirugía para estudiar las malformaciones.
En Córdoba también hay guías turísticos con "mucha imaginación". Si en Cádiz, por ejemplo, es un lugar común repetir la falsa leyenda de que aquí se inventó la tortilla a la francesa, en Córdoba lo es que un cordobés inventó las gafas.
Cuando algunos guías -es preferible pensar que no todos-, pasan por delante del busto de Mohamed Al-Gafequi, señalan que el conocido oculista inventó las gafas, utensilio cuyo nombre procede, añaden, del apellido Gafequi.
No es cierto, las gafas no las inventó el célebre oculista nacido el Belalcázar, gran experto por otra parte en curar las cataratas y autor de un importante tratado de oftalmología. El invento de las gafas se atribuye a más de un personaje, pero no fue Mohamed Al-Gafequi, y no solo lo digo yo, remito al interesante blog "Arte en Córdoba", que desmiente la leyenda, lo pueden leer aquí.
Impresiona entrar en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes.
Desde el año 2007 el Instituto ocupa la sede de lo que primero fue Banco Español del Río de la Plata (1918) y, tras su fusión con otras entidades financieras, del Banco Central (1947), posteriormente Banco Central Hispano (tras la fusión del Central e Hispano Americano en 1991), y por último, tras la fusión con el banco Santander (1999), formar el Grupo Santander, quien lo vendió al ayuntamiento de Madrid, para finalmente, en 2003, pasar a manos del gobierno de España al ser permutado por el Palacio de Comunicaciones.
Siendo director del Instituto Cervantes César Antonio Molina, se decidió convertirlo en Caja de las Letras, donde escritores y gente de la cultura depositaran un legado de la cultura hispánica.
Como decía al principio, impresiona ver los nombres de los que han dejado ya ese legado, como se puede ver en las fotos que siguen.
No, no les voy a glosar el famoso cuento de Edgard Allan Poe, me refiero a la importancia de tener un buen amontillado en las tabernas y bares, y si es una bota -o un barril, como prefieran-, mucho mejor.
Históricamente siempre ha sido así en Cádiz, donde eran muchas las tabernas que tenían, a mediados del siglo XX, botas de vinos, cuando no pequeñas andanas, en las que los taberneros cuidaban los vinos de Chiclana, Jerez o Sanlúcar, y prácticamente en todas, había un bota de amontillado, casi siempre, el vino más preciado de la taberna.
En Cádiz tuvieron fama los barriles de tabernas como "El Gavilán", en la plazuela de la Cruz Verde -hoy de Antonio Martín-, la Tienda de los Tres Reyes, en la calle Vea Murguía, haciendo esquina con la plazuela de Viudas y la calle Cervantes, la taberna "La Privadilla", en la plaza Gaspar del Pino, la taberna "El Pedrín", en la esquina de Sopranis con San Juan de Dios, la tienda de vinos y ultramarinos "La Lonja", en la calle Columela, la tienda de "Solano", en la calle de su nombre, esquina con Torre, "Los gabrieles" en la calle Cardenal Zapata, "La fama gaditana", en la calle Sagasta...
Tengo dudas de que la decisión de enviar un burofax a los dueños de Menoc Donlad, para que cambien el nombre más de tres décadas después de que decidieran denominar así su hamburguesería, la hayan tomado los jefazos de la cadena americana con sede en Chicago. Me inclino a pensar que la decisión la ha tomado gente más cercana, no sé si los de la nueva franquicia en Cádiz, quizás los del bufete madrileño que ha enviado la advertencia.
En cualquier caso es una ridiculez. Posiblemente un buen abogado hubiera tumbado la demanda. pero es comprensible la decisión de los propietarios de cambiar el nombre: el pleito hubiera sido largo y, seguramente, costoso.
Eso sí, lo que tengo claro es que los jefazos de McDonald´s deberían cuestionar la eficacia de sus abogados en España: ¡han tardado 34 años en mandar un burofax!
A más de un político y política, y a muchos asesores de esos políticos y políticas, habría que recordarles el cuento de Augusto Monterroso, para que no olviden que ostentan los cargos temporalmente, que las legislaturas terminan y que, cuando se vayan, el dinosuario seguirá allí, o lo que es lo mismo, que tendrán que bajarse del pedestal y volver a convivir, como simples ciudadanos, con todos aquellos a los que antes miraban desde arriba.
