El miércoles intervine en Pamplona en un ciclo de conferencias sobre los ensanches y derribos de murallas en España. Casi un centenar de personas asistieron a la charla donde conté cómo se amuralló Cádiz y el proceso seguido, a partir de la ley de ensanches de 1892, para derribar, en 1906, parte de la muralla en la zona del puerto, y cómo el desarrollo de la ciudad en los extramuros se retrasó hasta el segundo tercio del siglo XX.
Tuve tiempo para conocer qué se ha hecho en Pamplona con los baluartes que no cayeron en el derribo iniciado en 1915. No es que el tratamiento dado a la Ciudadela y su entorno sea casi ejemplar, es que causa sana envidia cómo se han tratado, restaurado y aprovechado otros baluartes, con intervenciones arquitectónicas modernas, acordes a los tiempos actuales, a las necesidades de los vecinos de Pamplona, sin que rompan la estética, sin que dañen la visión de la ciudad.
Tanto en el coloquio, como previamente dos periodistas, dieron por hecho que las murallas y baluartes de Cádiz, en tanto que patrimonio, tendrían uso cultural y turístico, pero, tras recordar la restauración del castillo de Santa Catalina y la inacabada obra de San Sebastián, me di cuenta de que no había nada más que decir.
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