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viernes, 24 de enero de 2014

Beato Diego José de Cádiz

Leo que se ha reabierto la capilla del Beato Diego José de Cádiz, con destacadas asistencias. Me alegro por sus seguidores en Cádiz, que, al parecer, son muchos, y que, además, esperan verlo pronto santificado. Pero espero que la reapertura de la capilla no de pie a otra campaña, como algunas que ya vivimos, para intentar convertir al Beato en un adalid de la ciencia y la cultura.

En este blog le he dedicado dos entradas a fray Diego José de Cádiz, una cuando, sorprendentemente, era calificado de historiador. Otra, cuando, de forma más sorpresiva todavía, se incluyó la capilla del Beato en la ruta doceañista publicada por el Consorcio del Bicentenario de la Constitución de Cádiz.

Hoy, aprovechando que se ha anunciado la reforma del Colegio Mayor Universitario que, absurdamente, lleva su nombre, recupero el artículo que publicó Diario de Cádiz en abril de 2003, cuando un grupo de profesores de distintas universidades solicitaron se cambiara el nombre al Colegio Mayor, solicitud que, ahora, reitero personalmente.

Fray Diego José de Cádiz y la universidad
No voy a entrar en valorar los posibles méritos religiosos del Beato fray Diego José de Cádiz, y mucho menos a cuestionar las razones por las que pudiera haber una “legión” de seguidores, devotos, del capuchino; ni la larga lista de reconocimientos eclesiásticos que se le otorgaron en vida y después de fallecido; ni tan siquiera los nombramientos honoríficos –no títulos reglados- que recibió en algunas universidades españolas de la época, aunque podríamos debatir sobre el nivel científico de esas universidades, o mejor, de los centros universitarios, autónomos, que le concedieron los honores.

Conviene recordar, no obstante, que Fray Diego de Cádiz, aunque sus defensores, imagino que involuntariamente, han olvidado mencionarlo, fue denunciado y sufrió expediente de la, también Santa, Inquisición, expediente abierto por superchería y por sus expeditivos métodos y opiniones, que excedían en ocasiones, según el Santo Oficio, la doctrina; su fama como “soldado de Cristo” la fomentó él mismo, vanidosamente, cuando en más de una ocasión se dedicó a repartir pequeñas cruces de mimbre y estampas con su propio retrato en la que incluía oraciones impresas con indulgencias. También cabe recordar que, en 1784, el obispo de Málaga informaba del padre Cádiz: “En cuanto a instrucción en las Sagradas Escrituras, no es tanta como algunos piensan..., son demasiadas las menguas y deslices...” Y si en muchos lugares le seguían con devoción, también en otros, como ocurrió en Sangüesa, apedrearon y expulsaron, por anunciar todo tipo de calamidades, al que se denominó así mismo “ángel del Apocalipsis”.

Lo que desde algunos sectores de la comunidad universitaria gaditana se plantea, y recuerdo que la cuestión fue propuesta hace más de una década en los Encuentros de la Ilustración al Romanticismo que se organizan en nuestra universidad, es que un centro universitario no debe llevar el nombre del Beato.

Y nos parece que no debe ser así porque Fray Diego, pese a tantos títulos y su supuesto “bagaje cultural”, se posicionó repetidas veces contra la cultura y el avance científico que representa la universidad. Así, por citar un ejemplo, predicó en Murcia que para nada servían las sentencias e ideas de Horacio, Virgilio, Pitágoras, Sócrates, Platón, Tácito, Plutarco, incluso, los códigos de Justiniano, mientras que existieran los proverbios de Salomón o los salmos de David. Y en Zaragoza afirmó conocer la sentencia que, “en juicio particular”, había pronunciado Dios, condenando al fuego eterno a Rousseau y Voltaire, cuyos escritos sin duda ignoraba.

Uno de sus biógrafos, Javier Herrero, que lo calificó como uno de los hombres de acción más importante de fines del XVIII, destacó su “odio inextinguible” a las doctrinas ilustradas y sus ataques a la labor científica y pedagógica de las Sociedades de Amigos del País, y afirma que estaba “desprovisto de toda cultura histórica y filosófica” y “divulgaba irresponsablemente disparates sobre la filosofía y la ciencia de su época”. Y es que hay que recordar que para el padre Cádiz pecaban mortalmente los que asistían a las comedias o leían, los que acudían a la ópera, los que bailaban, los que sin ser noble llevaban capas de grana o las mujeres que usaban mantillas claras o transparentes..., anunciando la venganza divina sobre los hombres por haberse dejado corromper por la filosofía del que calificó como “siglo maldito, siglo perverso, siglo del error”.

Por todo ello, y por otras razones que la brevedad aconseja dejar para otro momento, consideramos que la Universidad de Cádiz debe cambiarle el nombre al Colegio Mayor tras la restauración que se proyecta. Y ello no debe, ni puede, molestar a sus devotos que pueden continuar rogándole, poniéndole flores, sacándolo en procesión y pedir su canonización; están en su derecho.

Pero cuando se habla de la labor cultural del Beato habría que aplicar lo que un anónimo ilustrado jerezano escribió tras escuchar uno de sus sermones: “En este día, sábado 22 de enero de 1785, vino de misión el Rvdo. Padre Fray Diego de Cádiz; y lo apunto como cosa curiosa por ser muy malo el Predicador y muy pródigos de alabanzas los oyentes. Dicen que predica de repente; pero mejor sería que lo pensara antes”.

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