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domingo, 11 de noviembre de 2012

Boda civil

Recuerdo que la primera vez que asistí a una boda civil, en el edificio de la Audiencia, nos hicieron bajar al sótano, pasar por un pasillo en el que se amontonaban cajas y enseres, para llegar a una sala en la que, un conocido y veterano juez, que iba a oficiar la ceremonia, había colocado sobre la mesa un gran crucifijo.

Ayer fui a una boda en el ayuntamiento. El oficiante, tras hacer un discurso en el que advertía que ahora las mujeres habían cambiado, que no eran como antes, que tenían otra autoestima y que había que tratarlas como iguales, terminó citando unas palabras de Francisco de Asís, palabras, dijo, de un "gran santo, que están de plena actualidad".

En ambos casos me parece una falta de respeto, a menos que previamente hubieran consensuado con los contrayentes la decoración y el contenido de sus palabras. Pero creo que en ninguno de los dos casos fue así. Por eso opino que, aunque el oficiante sea creyente, debe considerar que si los novios quisieran que su ceremonia estuviera presidida por un crucifijo, o desearan escuchar mensajes con contenido religiosa, se hubieran casado en una iglesia. Por eso me parece que ambos oficiantes, el del crucifijo y el admirador de Francisco de Asís, abusaron de su poder. 

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