Se ha ido uno de los grandes. Un historiador riguroso, metódico, innovador, que abrió caminos y nos enseñó a abrir puertas. Recuerdo cómo, en su día, animaba a utilizar las coplas de Carnaval como fuente para la historia social. Siempre estuvo dispuesto a colaborar en lo que se le pedía, siempre sabio, pausado, dando palabras de ánimo ante las malas coyunturas, ante los intransigentes y liantes. Nunca olvidaré las palabras que me dedicó, en una conversación con otros dos grandes, Ángel Bahamonde y Miguel Gómez Oliver, en la barra de Joselito.
Su imagen, con la camisa cerrada, sin corbata, su voz grave, su inteligencia y sentido del humor, su socarronería, su personalidad sin dobleces, permanecerán siempre en mi memoria.
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