Estaba en la plaza de San Juan de Dios, junto al monumento a Moret, frente por frente del ayuntamiento, con un cartel pidiendo libertad para los presos políticos en Rusia, en la mano izquierda, y otro en la derecha reivindicando a Alexei Navalny, crítico de Putin, envenenado y arrestado cinco meses después. Estaba sola, quieta, impasible y determinada.
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