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sábado, 29 de junio de 2019

Las niñas de Cádiz

El 7 de febrero de 1869, Mariano Jaime, Comandante de los Municipales y Serenos de Cádiz, remitió al Alcalde de la ciudad un escrito en el que denunciaba que “las niñas de Cádiz se han pronunciado contra lo dispuesto en el artículo octavo del bando dado por el municipio el día 5, arrojando saquillos según antigua costumbre con los que molestan a los transeúntes. Los guardias me han dado parte de que las han amonestado y aconsejado la obediencia; las infractoras son muchas”.

No he dejado de pensar en Mariano Jaime desde que comencé a leer la novela Las niñas de Cádiz de David Monthiel, una narración sugerente, que agarra desde las primeras páginas.

Recurriendo a una serie de figuras reconocibles, desde el detective golfo, pero con ética -como debió ser Mariano Jaime-, hasta el traslado a los pisos de Lacave del mito de Carmen, Monthiel construye un relato plagado guiños a Cádiz, al tiempo que demuestra lo bien que conoce la historia y la realidad de la ciudad. 

Al protagonista de la novela, Rafael Bechiarelli, le encomiendan buscar a un inglés desaparecido, Francis Scarfe, que pudiera haberse escapado con una mujer de rompe y rasga. Pero no es el único encargo, también debe buscar información sobre Debord, un francés que vivió en Cádiz una temporada, al que hay quien quiere convertir en leyenda literaria.

Con esos moldes, y recurriendo a lugares y apellidos que evocan espacios y  personajes reconocibles, Bechiarelli recorre Cádiz, desde La Caleta a Cortadura, y buena parte de la llamada Costa de la Luz,  hasta Gibraltar, no sin detenerse en Roche, Conil, Vejer y sus playas. 

Casi todos los tópicos de Cádiz y de la costa gaditana aparecen en la novela de Monthiel, que demuestra buen sentido del humor y una enorme capacidad para enganchar al lector. Pero el libro es más que la aventura de un detective que parece estar de vuelta de todo, las pesquisas de Bechiarelli sirven para recordar a viajeros decimonónicos, eruditos a la violeta, ateneístas de pro, aburridos socios de casino, flamencos y bailaoras, buscavidas, vividores, polis buenos y menos buenos, drogatas y gente que vive en la calle..., personajes gaditanos que viven el Carnaval y comen caballas con piriñaca, pero que sirven para denunciar el acomodamiento de buena parte de la sociedad gaditana, la adulación e idolatría por el que viene de fuera para descubrir a los gaditanos lo maravillosa que es su ciudad, las masas de cruceristas que incomodan mientras que apenas dejan nada, la gentrificación que provoca el encarecimiento de la vivienda, la mafia que rodea a la inmigración clandestina...

El propio título de la novela, incluso el dibujo de la portada es un juego sobre Cádiz, su historia y sus mitos, comenzando por la célebre Teletusa y terminando con las señoras que juegan al bingo en los atardeceres caleteros, un espacio creativo, un mundo tan real, como imaginario, en el que, como en su día hicieron Lord Byron o Juan Ignacio González del Castillo, David Monthiel se recrea y logra sumergirnos.
Las niñas de Cádiz es una buena opción para las largas tardes de estío gaditano.

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