Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.
Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.
Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.
No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!
Hoy es el aniversario de la muerte de Miguel Hernández, y lo recuerdo con este poema que aprendí hace muchos, pero que muchos años. Es del libro El rayo que no cesa, publicado en 1936
Se agradece este recuerdo al poeta, su obra y sufrimiento.
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