Tras una de tantas polémicas entre administraciones, el 31 de enero de 2008 Gaspar Zarrías, entonces presidente del Consorcio del Bicentenario, anunció por sorpresa en la Casa de América, en Madrid, cuando se estaba presentando el Consorcio, que el castillo de San Sebastián sería el emblema del Bicentenario.
Muchos meses después en noviembre de 2009, en un acto presidido por Teresa Fernández de la Vega, Presidenta de la Comisión Nacional, comenzaban simbólicamente las obras y se presentó un ambicioso proyecto de rehabilitación y uso del castillo.
El proyecto incluía:
1º Obras en el malecón de acceso, donde, originalmente, un arquitecto diseñó ampliarlo, incluso construir piscinas naturales en las rocas, un loco proyecto que fue rechazado de inmediato por la ciudadanía.
2º Zona de acogida, donde se rahabilitaba el adarve para pasear, se situaba la recepción, salas de usos múltiples, y arbolado en el centro.
3º Zona expositiva y los pabellones nacionales e internacionales
4º Faro de las libertades y espacio escénico interior en el antiguo polvorín
5º Zona de espectáculos al aire libre
6º Plaza de la Bahía, con stands y pequeños pabellones, con su canalito de agua y todo, para recordar los esteros, decía el folleto.
7º Embarcadero, proyecto también rechazado, tras denuncias ecologistas puesto que incluía dragar el roqueo.
8º Casamatas y zona expositiva permanente.
De todo ello solo ha quedado un espacio para conciertos al aire libre, la zona de exposiciones en las casamatas y una oficina de control en la avanzada.
Y, el resto, todo a medio hacer.
El castillo de San Sebastián ha sido el gran fiasco del Bicentenario, aunque no el único.
Megalomanía que nos causó cientos de dolores de cabeza a algunos que nos pusieron a trabajar en esa oportunidad perdida. Al final para nada. Frustrados, cornudos y apaleados. Luis Ben.
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