EN su novela Cádiz y sus misterios, Antonio Redondo narra cómo
uno de sus personajes, de visita a casa de unas amigas, cometió una
falta de educación cuando, al entrar en la sala, depositó su gorro sobre
la mesa, con una actitud que ni la confianza, ni la amistad, podían
permitir, puesto que las normas de comportamiento y urbanidad establecen
que, como mucho y siempre por iniciativa del anfitrión, nunca del
invitado, el sombrero se podría dejar en una silla, aunque lo natural
sería haberlo dejado, al entrar en la casa, en el perchero, que para eso
los percheros tenían una balda superior plana, donde dejar gorras y
sombreros.
Desde hace ya tiempo recuerdo ese episodio de la obra de Redondo y echo de menos la reedición del Manual de las buenas maneras de
Ángel Amable, u otros tratados de urbanidad, que se antojan necesarios
ahora que se ha puesto de moda otra vez el uso de sombreros. Imagino que
ustedes, como yo, habrán observado que cada día hay más hombres que se
unen a esta moda, pero que, lamentablemente, no saben darle el uso
adecuado, sobre todo cuando entran en un establecimiento público, donde
olvidan la regla de buena educación que dice "en sitio cubierto, hay que
estar descubierto", norma, por cierto, que sólo es aplicable a los
hombres, no a las mujeres, a menos que el sombrero sea excesivamente
grande, engorroso e incomode a los acompañantes.
A la mala costumbre de no descubrirse al entrar en un lugar
cerrado, se une, en el caso de tabernas y cafeterías, la falta de
educación e higiene que supone dejar el gorro sobre la barra o la mesa,
en el mismo lugar donde otras personas están comiendo o bebiendo, que
mirarán la prenda depositada al lado de su plato preguntándose por la
capacidad de sudoración de su dueño, o por la frecuencia con la que se
lava el cabello, puesto que no hay que ser un lince para saber que el
sombrero, la gorra o el casco de motorista que han dejado a tu lado en
la barra, no ha pasado por la lavadora en mucho tiempo. Es cierto que es
un problema de los servicios prestados por los locales de hostelería,
donde es prácticamente imposible encontrar percheros -no ocurre igual en
otras regiones españolas-, pero eso no justifica la falta de cortesía
de ocupar parte de la barra con sombreros, bolsos o chaquetones,
incomodando al resto de los clientes. Así que ya sabe, si le gusta usar
sombrero, gorra o boina, hágalo, pero recuerde que es de educación
quitárselo al entrar en un lugar cerrado, como es de educación no
dejarlo en el mostrador incordiando al vecino.
Publicado en Diario de Cádiz, 13 de abril de 2013
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