Recuerdo el horror que me produjo ver unos planos de la "transformación" que, durante la campaña electoral, proponía el actual alcalde de Chiclana, Ernesto Marín, para el poblado de Sancti Petri, una transformación que no era más que la destrucción de lo que todos hemos conocido, una destrucción de su estructura, sus construcciones, su identidad.
Y es que también recuerdo la grata impresión que siempre sentí visitando el poblado, cuando todavía estaba habitado y cuando lo he recorrido como un pueblo fantasma. Por eso comparto lo que hoy publica Jerónimo Andreu en Diario de Cádiz, y, como él, abogo por su restauración, por una recuperación que lo puede convertir en un lugar con un encanto singular.
La foto es de un artículo de Ramón Merayo, que se puede leer aquí.
Pues mucho no se puede recuperar ya, porque tras años de abandono queda muy poco. Si no recuerdo mal, la parte principal (mercado, ayuntamiento, capilla) está ya toda caída; y lo que quedan -además de infectado de gatos- en muy mal estado.
ResponderEliminarAún así merece la pena ir a tomar pescado.
Sancti Petri forma parte del legado de poblados industriales de España: los hubo mineros, de centrales eléctricas, ferroviarios -de éstos aún quedan muchos-, algunos de ellos fueron núcleos de nuevos barrios y municipios a finales del XIX y del XX. Y también, claro, existió un poblado industrial marinero, almadrabero, que fue el de Sancti Petri, que merecería una rehabilitación que conserve su sabor e incluso lo haga atractivo para el turista y el paseante. Con la hostelería, el turismo, la náutica, y el comercio bien entendidos, podría sostenerse. Y mucho se habrá derruido, pero al conservarse el trazado, el ambiente del lugar, y ser la edificación de poca calidad y -se supone- no muy costosa. Lo más relevante podría ser poco a poco rehabilitado, incluso con la ubicación de una escuela taller.
ResponderEliminarLo conocí abandonado en los finales años ochenta y siendo un lugar mágico, me sorprendió ver, en cada casa, unos azulejos preciosos con motivos marinos, de atunes, redes, neptunos, embarcaciones y toda clase de simbología marina. Unos azulejos, seguro, de los que hoy ya no se harían y estaban a la intemperie, conviviendo con escombros, heces y jeringuillas usadas. Evidentemente, a todo el mundo le importaba un carajo los azulejos, empezando por los políticos.
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