EN los últimos años observo cómo se desarrolla el Carnaval en Cádiz con
algún distanciamiento, pero con la misma curiosidad, aunque también con
cierto pesimismo. Escribí hace unos años que, en mi opinión, quizás
equivocada, la fiesta de don Carnal, y todo lo que la rodea, está
entrando en una espiral peligrosa. En Cádiz, donde a veces da la
sensación de que se pretende que todo el año sea Carnaval, además de un
concurso muy reglamentado convertido, para muchos, en el eje la fiesta,
hay una dependencia excesiva de la organización oficial -sea municipal o
del organismo participativo de los propios autores-, y de las
subvenciones oficiales, ya sean directa o a través de contratos
negociados por el Ayuntamiento, subvenciones que limitan la iniciativa
popular. Por otra parte, la atención de los medios de comunicación ha
provocado un aumento del afán de protagonismo y una competitividad que
se sale de los límites del concurso y de la propia fiesta, por eso son
ya frecuentes, y nada sorprendentes, las salidas de tono de autores y
grupos cuando no logran el premio en el concurso, actitudes poco
edificantes que demuestran que lo único que interesa es el éxito en la
competición y la efímera fama que proporciona.
Y en la calle sorprende la dejación de responsabilidad que hace
el Ayuntamiento. No es pedir imposibles, por ejemplo, que se intente
prohibir el botellón masivo, pero si se podría tratar de evitar que se
bloqueen calles, impidiendo el paso de vehículos y peatones, con puestos
y artilugios de todo tipo sin permiso oficial; o que en cualquier
rincón se negocie con productos perecederos sin las mínimas condiciones
higiénicas; o que menores de edad vendan en una casapuerta alcohol a
bajo precio; o, por lo menos, algo verdaderamente sorprendente, como es
que en la Carpa oficial, sacada a concurso por el gobierno municipal, el
concesionario permita fumar. Son todos ellos comportamientos incívicos,
cuando no ilegales, que conllevan serios peligros. Y si cualquier
ciudadano protesta por alguno de estos desaguisados, no solo no logra
nada, es que se arriesga al insulto, casi a la agresión.
Lo peor de todo es que estos comportamientos, los derivados del
concurso y los de la calle, antes exclusivos de los días de Carnaval, se
derraman ya por otras manifestaciones culturales y festivas, y por la
propia vida social de la ciudad, impregnándola de un peligroso
"fundamentalismo gadita" que no puede conducir a nada bueno.
Publicado en Diario de Cádiz, 16 de febrero de 2013.
Dos cosas:
ResponderEliminar1-Un amigo que ha trabajado para un medio de comunicación cubriendo el concurso en el Falla, me contaba hace una semana como al preguntar el nombre a cualquier miembro de cualquier agrupación, era frecuente que éste se revolviera, ofendido, y siempre viniera a decirle agraviado "¿pero tú no sabes que soy el...?" y añadía el nombre de guerra. Mi amigo me decía que hace cinco años esto no pasaba y de forma prudente lo llama "falta de humildad", cuando se puede llamar cosas mucho peores.
2-A mí me ha sorprendido esta vez la improvisación de parrillas-barbacoas en algunas cales, para ofrecer chorizos o pancetas. Se trataba de puestos móviles que evidentemente no contaban con ningún permiso. Esto además, supone un riesgo sanitario que, unido al de algunos desaprensivos que venden erizos y ostiones sin ninguna garantía, pueden acabar dando a Cádiz la fama de la ciudad donde se pasa bien, pero a costa de pasar tres días pegado al retrete.
El último párrafo es demoledor por lo muy cierto. Se extiende la falta de respeto, el incivismo y el n sabr distinguir el comportamiento de los días de carnaval al resto del año. Hacemos una fiesta que tiene en la "caseta municipal" (la carpa) su principal foco de diversión, como en los pueblos de siempre. Es una fiesta que a diferencias de otras en otras ciudades no tiene la gran repercusión económica que debiera.
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