Anoche murió el maestro y buen amigo Julio Aróstegui, uno de los mejores
exponentes de la historiografía contemporánea española. Granadino de
nacimiento, fue profesor de Enseñanzas Medias en Vitoria y Salamanca y ejerció
en las universidades de Salamanca, el País vasco, Carlos III y Complutense,
donde se jubiló recientemente. Premio Nacional de Historia en 1981, ha dejado una amplia
y ejemplar obra, en la que destacan sus trabajos sobre la Segunda República y
el franquismo -acaba de salir su biografía sobre Largo Caballero, en la que
llevaba trabajando más de una década-, así como sus aportaciones a la teoría de
la historia. Su libro La
investigación histórica: teoría y método, se convirtió, desde 1995,
en un manual imprescindible para la enseñanza de Historia, junto con
reflexiones tan lúcidas como las que dio a la luz en trabajos sobre los
problemas de la Historia Contemporánea o la "historia vivida".
Lo conocí en 1986, cuando el Ayuntamiento de Cádiz organizó en el mes de
julio un ciclo sobre el comienzo de la guerra de 1936, unas jornadas en las que
participamos con Javier Tusell, José Luis Millán-Chivite y Javier Donézar.
Desde entonces trabamos una amistad de la que siempre me he sentido muy
orgulloso. Volvió muchas veces por Cádiz para participar en seminarios,
congresos y jornadas, para impartir su magisterio en programas de doctorado,
participar en tribunales, o como miembro del consejo científico de la revista Trocadero.
Hace apenas tres años, ya como catedrático emérito de la
Complutense, discípulos y amigos le organizaron un homenaje en el que tuve la
fortuna de participar, y que se plasmó en el libro El valor de la historia. Homenaje al profesor Julio Aróstegui, a
cuya introducción antecede como lema una de sus frases favoritas, que le definen
perfectamente: “Me gustaría ser recordado como alguien que intentó
cambiar”.
Socarrón, irónico, vitalista, gran conversador, con una inteligencia e
intuición envidiable, hemos compartido copas de manzanilla en Cádiz, anchoas y
tintos en Madrid, carnes a la brasa y vino de Toro en Zamora. Fue un amigo
siempre dispuesto a colaborar y ayudar. Le costaba mucho decir que no a quien
acudía a él y, sin duda por ello, ha dejado muchos discípulos y amigos que le
echaremos de menos.
Y ha sido todo tan rápido, que no es fácil asumir su ausencia. Un abrazo a la familia y amigos.
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