Posiblemente se acuerden ustedes de ese americano
que, subido en una escalera telescópica, estaba arrancando los pequeños
anuncios metálicos que las empresas aseguradoras, de fines del siglo XIX y primera
mitad del siglo XX, colocaban en las fachadas de muchos edificios del casco
antiguo gaditano. Su descaro para, a plena luz del día y sin ningún rubor,
encaramarse a su escalera para arrancar las placas de las aseguradoras, podemos
tomarlo, a la postre, como un acto de pura ingenuidad, en una ciudad donde
grandes elementos del patrimonio histórico y artístico local y otros, aparentemente
menores, desaparecen con casi total impunidad.
Porque lo cierto es que, desde hace años, estamos
padeciendo un continuado expolio de cierto patrimonio al que, en demasiadas
ocasiones, no se le da importancia. Ahí quedan, sin castigo, ni casi
investigación, la pérdida de cañones de varias esquinas, la desaparición de
brocales de pozos y aljibes, de elementos arquitectónicos como columnas de
mármol, adoquines del siglo XVII, lozas de Tarifa, incluso en Cádiz puede
desaparecer, aprovechando una gran obra que contaba con respaldo y apoyo
municipal, toda una marquesina de casi treinta metros de largo, por unos cinco
de ancho, con sus correspondientes doce columnas de más de tres metros de
altura, como ocurrió con una de las marquesinas de la plaza de Las Tortugas,
que no se repuso tras las obras de ampliación del aparcamiento de Canalejas.
Y,
desde hace cierto tiempo, han comenzado a desaparecer aldabas de los portones
de las casapuertas, esos hermosos llamadores que tienen formas diversas y que
tantas veces fotografían los turistas. Entre los más habituales, los que tienen
forma de mano que agarra una bola, o los de cabezas de animales, por ejemplo,
un león que agarra con sus fauces la aldaba, los caprichosos que comienzan con
una cabeza de serpiente, o de cisne, y terminan con un elemento vegetal,
dotando al llamador de un carácter mitológico, los que se componen de una
cabeza de caballo que agarra con el hocico una herradura, o los que,
simplemente, son una argolla labrada..., los hay, como digo, de muchas formas y
representaciones y, posiblemente por eso, se han convertido en objeto de
coleccionismo, cuando no en antojo caprichoso de alguien. Que el objetivo es el
recuerdo o añadir alguno a la colección, se puede deducir del hecho de que,
habitualmente, desparece uno de los dos que formaban el conjunto en el portón.
Sólo en el caso excepcional del Casino Militar, en la calle Ancha, han
desaparecido los dos, pero en este caso se los llevaron los propietarios del
edificio, pues se cuenta que Defensa ordenó llevarse todo lo inventariado,
incluso, dicen, los enchufes, y en el inventario entraban las aldabas que
fueron sustituidas por un cable azul.
Las aldabas forman parte del patrimonio gaditano, como las bolas de
metal que señalaban el final de un tramo de barandilla en las escaleras, que
también están desapareciendo misteriosamente. Están mangando llamadores y me
sorprende que no se denuncien sus desapariciones.Normalmente había un llamador en cada hoja, por eso es llamativo que, habitualmente, solo falte uno. A la izquierda, Veedor 13; a la derecha, Colegio de Arquitectos, en la plaza de Mina.
A la izquierda, Casa Pemán, plaza de San Antonio; a la derecha, Sacramento 42, finca que está en obras.
A la izquierda, Veedor 10; a la derecha, Sagasta 7
A la izquierda, Plata 4, en este caso falta el llamador, sustituido por un tirador; a la derecha, Casino Militar, calle Ancha.
Una vez leído su columna de cada Sábado, no puedo estar más de acuerdo en lo que en ella describe, máxime cuando uno marcha fuera y compara lo que vé con lo que tiene en "casa".Recuerdo en mi viaje de novios, hace once años ya, la sorpresa que me llevé al ver a los franceses en los inmensos y cuidados jardines que se extienden por todo París,leyendo,merendando,tomando el sol o simplemente charlando sentados bajo la sombra de los árboles que allí había.Llegué a la conclusión, no sin lástima, que esa estampa, jamás la iba a ver en mi Cádiz, ya que no estamos civilizados para ello.Por eso mismo no "tenemos derecho" a usar los jardines como los parisinos que yo ví aquella tarde.Si arrancamos las flores de pascua que el ayuntamiento pone frente el Ayuntamiento, si destrozamos los parques infantiles, si no cuidamos nuestro propio patrimonio, cómo vamos a disfrutar de ello.Después vendrá la clásica queja de "no tenemos derecho a nada".¡¡Qué país éste!!. ¿No será que somos demasiado cazurros?.Un saludo y agradecido por la oportunidad.
ResponderEliminarEl problema es que estamos demasiado tiempo mirándonos el ombligo y que toda la fuerza se nos va cantando en Carnaval. Cada vez que escucho frases como "los siento picha tó el mundo no puede ser de Cai", o vivmos en el mejor lugar del mundo, o para que viajar si tengo La Caleta, es para echarse a temblar. Y así nos va.
ResponderEliminarGracias por el aviso y la denuncia, y ojalá sirva para que estemos cada vez más ojo avizor y que estos "descuidos" y "recuerdos" sean vistos por todos como lo que son: un robo. La única respuesta a que falte una manecilla y no las dos de golpe, es que quien lo roba se conforma con un ejemplar distinto de cada, como quien colecciona búhos o cucharillas de plata (que no se suelen robar, sino comprar) o bien y para mí con más probabilidad, daría por cierto que quien roba es una persona con la suficiente sensibilidad como saber el trastorno que causa quitar las dos manecillas. Por eso me inclino a pensar que quien lo hace puedan ser personas de cierta instucción y preparación, que a pesar de todo, siguen perpetrando estos daños al patrimonio. Y ojalá que todos entendiéramos que el patrimonio cobra su valor real cuando se disfruta y contempla en su sitio, y no en una caja o en un cuadro puesto en casa. Ojalá.
ResponderEliminarPor lo demás, se agradecen artículos como éste donde se sabe de lo que se habla y se llama la atención sobre el cuidado de una riqueza presente, que no se gasta y que sólo requiere cuidados y conciencia cívica.