Escribe J.C. RUBINSTEIN en su libro la Sociedad civil y participación ciudadana que hay
una clara distinción entre la sociedad civil y el Estado, puesto que la “existencia”
de la sociedad civil viene dada por la participación ciudadana, en gran medida
de forma ajena a la iniciativa del estado; es decir, es la participación
ciudadana la que con un cierto grado de vertebración y asentamiento posibilita
la acción de la sociedad civil. Cuando esto ocurre se puede constatar una
reacción social, afectiva y material, ajena en gran medida a los organismos
estatales. Es la reacción de la sociedad civil que sin desconocer -y a veces
sin incumplir- las consignas oficiales, toma la iniciativa y protagoniza acciones
que no son sólo episodios individuales, sino que se estructuran y organizan
colectivamente, pues la esencia de la sociedad civil es una actividad
interrelacionada de individuos que conviven en un espacio y en un tiempo y que
se vinculan entre sí mediante la práctica cotidiana.
Hace unos años se puso de moda reclamar el protagonismo
de la sociedad civil ante algunos acontecimientos que afectan a la ciudad de
Cádiz, singularmente bicentenarios como el de la batalla de Trafalgar o el de la Constitución
de Cádiz, y se planteó en su día que debían ser ajenos a la acción política, con la excusa de
que la política podía enturbiar las conmemoraciones. Si la iniciativa es
admisible, conviene no obstante no caer en una especie de ensoñación idealizada
de las posibilidades de gestión de la sociedad civil, como no conviene olvidar
que el movimiento generado por la sociedad civil no es unitario en pensamiento
e ideología, como se demostró, por ejemplo, cuando se discutía el papel del Oratorio de San Felipe en la
celebración del Bicentenario de 1812, o en el fallido derribo de la Aduana. En este sentido, determinada sociedad civil manifiesta opiniones, pretende convertirse en grupo de presión sin ofrecer soluciones realistas y, mucho menos, sin poner medios, para los que recurre, indefectiblemente, al poder político del que pretende ser ajena.
Por ello, sin dejar de apoyar
iniciativas de la sociedad civil, como señala Rubinstein, hay que ser cautos, activamente cautos, ante
la posibilidad de que algunos foros se conviertan en herramientas al servicio
de determinados poderes públicos y en contra de otros. Y hay que evitar que
grupos, a veces muy minoritarios, que se arrogan toda la representación de la sociedad civil acaben defraudando la buena voluntad y el
entusiasmo de quienes se sumen a este tipo de iniciativas, al transformar el supuesto movimiento ciudadano en una corriente a
favor de un determinado grupo, de una acción puntual o respaldando un pensamiento único.
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