Por mucho
que lo repitamos, por mucho que lo denuncien partidos políticos, asociaciones
de vecinos o particulares y por mucho que el gobierno municipal recuerde
periódicamente cuánto dinero hay que gastar para reponer el vandalismo y la
dejación de los gaditanos, el problema se ha vuelto endémico y parece que no
tiene solución. Pero eso no debe convertir el deterioro del patrimonio local y
los destrozos del mobiliario urbano en una cuestión de absurda disputa
política. Cuando un colectivo o un particular, denuncia desperfectos en la
balaustrada de la Alameda, desgraciadamente, casi siempre tiene razón. Y si
puede ser cierto que los operarios municipales habían reparado un trozo
recientemente, también es cierto que hay muchos otros trozos rotos o muy
deteriorados.
Los
ejemplos son muchos. Hace sólo un par de días algún vándalo había arrancado los
reposabrazos de un banco de la plaza de Mina, y se habrá sentido satisfecho de
su demostración de fuerza, y de estulticia. (Aunque lo de los bancos de dicha
plaza es para una serie. Se ha puesto de moda sentarse en el respaldar y no en
el banco, ensuciando el asiento e inutilizándolo para otros usuarios). El
monumento a Miranda es una muestra de abandono y desidia, convertido su entorno
en un vertedero, en el que algún alma caritativa da de comer a los gatos que
merodean por la plaza. Las pintadas por las fachadas son constantes, alguna,
con una declaración de amor sobre la piedra ostionera de la actual facultad de
Ciencias del Trabajo, es también un monumento a la estupidez. La lista es
interminable.
La culpa no
la tiene nadie en concreto y es de todos. Pese a presumir de cultura y saber
estar, lo que estamos demostrando en Cádiz es todo lo contrario. Los gaditanos,
que nos pasamos las horas cantando nuestras glorias pasadas, recitando que es
la ciudad más hermosa del mundo, quejándonos de que no nos dan el tratamiento
que nos merecemos, pese a ser la ciudad más antigua de occidente y la más
simpática, suspendemos en cultura. El vandalismo contra el mobiliario urbano,
contra edificios, monumentos, fachadas, estatuas, fuentes, lápidas y un largo
etcétera, es una enfermedad gaditana que demuestra la poca cultura de los que
lo ejecutan y de los gaditanos en general.
La experiencia indica
que es muy complicado terminar con ello, es complicado para los colectivos, los
particulares y para el ayuntamiento, pero, por eso mismo, las denuncias sobre
el deterioro y la desaparición de patrimonio y mobiliario urbano no deben
convertirse en disputa política, pues hay que interpretar que todos tenemos el
mismo objetivo, cuidar de Cádiz y de su imagen. Cádiz, que el próximo año
celebrará el Bicentenario de la Constitución de 1812 y será Capital
Iberoamericana de la Cultura, debe terminar con esta lacra y hacerlo no es sólo
obligación las autoridades, es tarea de todos.
Publicado en Diario de Cádiz, 23 de julio de 2011
Publicado en Diario de Cádiz, 23 de julio de 2011
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